Sebastián C. Bascuñana

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Sebastián C. Bascuñana

jueves, 7 de junio de 2012

Ciencia cognitiva: ¡Qué difícil es la convivencia!

(También disponible en Pulso digital)


Esta afirmación, no por ser tópica pierde su vigencia varias veces milenaria. En mi opinión, es el orgullo la principal traba para que los seres humanos nos llevemos medianamente bien. El orgullo nos obceca y nos cierra "las entendederas". Nos impide ver cuándo, la persona que tenemos delante, tiene más razón que nosotros. Parece que nos vaya la vida en tener la razón. Siempre he visto que la razón (en cualquier tema) está repartida, como las porciones de una tarta.

Pongamos, por ejemplo, un tema cualquiera (de la política, las relaciones, las actividades o lo que sea…), en el que yo tengo razón (claro), pero mi oponente, en ese momento, resulta que tiene -pongamos- un 55% más de razón que yo. ¡Qué trabajo nos cuesta, entonces, admitir que otra persona pueda tener más razón, o más datos, o está viendo más cosas que yo, y que a mí, a lo mejor, en ese momento dado, se me escapan…!
¿Conviviremos siempre como chiquillos?: “Admito, si me fuerzas, que todos tenemos parte de razón, pero mi porcentaje siempre, siempre, siempre será el mayor, y, si no lo concedes, me enfadaré, ¡hala!”.
¿Quién tendrá los redaños, la ecuanimidad, la serenidad... de admitir que el porcentaje de razón de uno es, más veces de las que nos gustaría pensar, menor que el de quien tenemos delante? ¡Cuántos malentendidos, discusiones, peleas, trifulcas y guerras se evitarían con un poco más de humildad. Porque, efectivamente, lo contrario al orgullo es la humildad. Y no hablo de esa humildad mansa y bobalicona de los credos religiosos, no, hablo de la humildad que nace, clara y evidente, de saberse falible y limitado, es decir: humano. Esa humildad que, en psicología, se llama serenidad, autocontrol o autoestima.
Para que la convivencia mejorase muchísimo nos bastaría, simplemente, con sopesar en una balanza lo siguiente: ¿qué es más importante ahora, la Paz  o mi orgullo? Mi orgullo sólo me va a dar una vana sensación de triunfo, infantil y efímera, la paz no tiene precio.
Es un esfuerzo tal el de abdicar del orgullo, que se nos antoja titánico. Porque una de las fuerzas más grandes y devastadoras del universo (más que las dos fuerzas nucleares, la gravitatoria o la electromagnética) es la fuerza del ego. Por eso, cuando nos hacemos capaces de renunciar al ego, demostramos una fuerza digna de almas superiores...

1 comentario:

  1. Es verdad que el orgullo es un gran enemigo, sobre todo porque muchas veces lo confundimos con una básica dignidad. Pero la falta de empatía es un gran hundicap para la convivencia también, que en ésta sociedad, crece cada día con más avaricia.

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